viernes, 1 de julio de 2011

EL POZO DE LA DICHA (Cuento)

Por: Ezequiel Castillo Savinovich

Don Roberto era un solitario. Por las tardes solía salir cerca del
acantilado a sentir el aroma del mar que se deslizaba entre las rocas hasta
llegar a los orificios de su nariz descomunal que semejaba una
inmensa esfera de payaso. Metió la mano al bolsillo de su viejo
gabán y sacó un papel envejecido y la leyó una vez
mas:

Querido viejo narigudo: Cuando leas esta carta ya no estaré en
este mundo. Vinicio tiene el encargo de enviártela cuando la muerte,
esa vieja antipática, me haga la visita que esperé desde hace
ya tiempo. La vida nos llevó por distintos caminos pero nunca
llegué a olvidar, entre otras cosas, lo contento que te
ponías cuando te esperaba con una cerveza bien helada y esa sopa de mariscos con bastante
ají como te gustaba, que te ponía lujurioso y no terminabas hasta, me da vergüenza decirlo,
ponerme a punta de caramelo. Te tengo que confesar que…

Don Roberto dejó de leerla. Lo había hecho tantas veces. Esta
vez la arrugó entre sus manos y la tiró al mar desde el borde
del acantilado que los pescadores llamaban “El pozo de la dicha”,
apretándola fuertemente para no soltarla…

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