Escribe: Ezequiel Castillo Savinovich
Una tarde descubrí que a los bebès no los traen las cigüeñas. Los hacen en China.
Igual que la camisa y casaca que tengo puesta, mi computadora, equipos médicos y hasta mi cepillo de dientes. Globalización que le dicen. 
Así, no sólo algunos maridos (o esposas) sacan la vuelta. También los países. En especial los ricos. Simplemente ponen su capital donde además de pagar menos impuestos, encuentran millones de chinitos dispuestos a convertirse por poca plata, en el tornillo de una máquina. Y el asunto parece funcionar…a medias. Dicen los que saben de estas cosas, que entre costos de producción y pago de patentes, a los asiáticos les queda chapitas de cerveza. Los imperios siempre ejerciendo su poder. Claro que con eso, por la cantidad de productos que elaboran, el gigante puede lucir ante el mundo un elegante smoking en lugar de la vestimenta del viejo Mao y su revolución cultural proletaria que anunciaba terminar con los cuatro viejos: Las viejas costumbres, los viejos hábitos, la vieja cultura y los viejos modos de pensar. Al final casi termina con todos los chinos.
La China de hoy que parece decir, seremos comunistas pero no sonsos, es una perita en dulce frente a lo que fue la época de la llamada revolución cultural, en la que jóvenes pertenecientes a la Guardia Roja, amarilla sería más exacta, delataban y agredían a intelectuales, maestros y padres, a los de sin sotana me refiero.
No crean lo que yo creo. A los bebès todavía los hacemos acá.
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