Por: Rolando Vaccari Ortiz
Dos mundos lejanos entre sí y un solo corazón: el corazón de los pueblos. Españoles y sudacas apenas nos estamos conociendo cinco siglos y dieciocho años después que el vigía Rodrigo Sánchez de Triana divisara la isla de Guanahaní desde lo alto de la Santa María comandada por Cristóbal Colón aquel 12 de octubre de 1492. El paso del tiempo ha dejado su huella en la humanidad. 
Igual de inconmensurable, el Atlántico ya no devora embarcaciones ni sueños de aventura. Ahora las rutas marítimas abren paso a buques repletos de contenedores de acero con cargas de ida y vuelta. Nunca más pólvora, nunca más sables ni ordenanzas reales. Pero sí la Telefónica con su trabuco.
Andalucía es la región de España más cercana a los pueblos sudamericanos. Sus ciudades grandes y pequeñas, son bastante acogedoras y rinden honores a la amistad a partir del viernes por la noche. Hasta en la forma de hablar compartimos condimentadas expresiones junto con esa costumbre inveterada de comernos las consonantes y sacar la madre al árbitro cuando nuestro equipo va perdiendo por goleada. Y las mujeres, igual que las nuestras, llevan en la sangre el arte de caminar y sonreír con un encanto que provoca inquietud al cielo más despejado.
Todas las ciudades andaluzas conservan tradiciones y costumbres que se expresan en música y danzas llenas de colorido, con algunas cualidades que definen específicamente a Cádiz (Cái), Huelva, Sevilla, Granada (Graná), Córdoba, Jaén, Almería y Málaga:
Quiero cruzar la bahía
cuando ya los pescadores 
cuando ya los pescadores
cansados de sus labores
regresan a Punta Umbría.
Ay, mi Huelva,
quiero cruzar la bahía.
Y en un barquillo velero
soñar con ser marinero
blanco de espuma y de sal.
Ay, mi Huelva,
navegar y navegar.
Por la bahía
yo quiero ser marinero
bajo el azul de los cielos
en el mar de Andalucía.
Las imágenes se agolpan en el recuerdo cuando vemos el trabajo del sacerdote y arquitecto José Gavilán Palma, el padre Pepe, a quien conocimos en Puquio Cano en tiempos del saqueo gubernamental de 1989.
El padre Pepe nació en Sevilla, ciudad que destaca en la historia del mundo desde antes de las grandes expediciones a las tierras de ultramar, con su Semana Santa, la Feria de Abril, el barrio de Triana, el Cristo de los Gitanos y la Virgen del Rocío.
La niñez de Pepe Gavilán fue impactada por la Guerra Civil (1936-1939), que aún se sigue analizando en las universidades del mundo en sus causas profundas por haberse constituido en el ensayo general del fascismo, el proyecto más represivo y genocida del capital financiero internacional.
Fue la belleza, la luz y el espacio la vocación temprana de Pepe. Culminados sus estudios de arquitectura unió su vida a la de una joven a quien el amor hacía más bonita, como a todas las novias del mundo. Pepe se proyectaba al mundo con su trabajo de arquitecto y la felicidad reinaba en su hogar al nacer una linda niñita producto del amor. 
Pero un día infausto, la muerte le arrebató a su esposa. El golpe fue devastador y José Gavilán quedó con el consuelo de su pequeña hija en esos momentos tan injustos y tristes.
No fue por cierto el primer caso en que un profesional de éxito toma la decisión de ingresar a un seminario para formarse como sacerdote. Pepe Gavilán así lo hizo y se entregó con ahínco a los estudios de teología. Ordenado ministro del Señor, llegó al Perú como un soldado más de la orden Misereur que significa misericordia.
Y misericordia y solidaridad demostró el padre Pepe Gavilán largos años en  Puquio Cano y Vilcahuaura. Su trabajo sobresale por las magnitudes físicas y el servicio a las comunidades en extrema pobreza. Donde estuvo el padre Gavilán se elevan estructuras en acero y cemento, caña de Guayaquil y fibras trenzadas, siempre buscando la luz, el espacio y la funcionalidad, porque nunca abandonó del todo su vocación de arquitecto.
Ha viajado a su tierra natal en diversas oportunidades para gestionar cooperación para las comunidades del valle de Huaura. Su hija ha venido al Perú para visitarlo. Le trae ropa de abrigo, revistas, libros. Extraña a papá, tantos años lejos del Guadalquivir y de La Paloma, como llaman los sevillanos a su Patrona.
“Hace tiempo el médico me prohibió el tabaco, y yo le contesté que no me mate antes de tiempo: cuando llegue la hora, descansaré del tabaco, pero no antes, doctor, y ahora déjeme tranquilo que tengo mucho que hacé”, nos cuenta, riéndose, el cura más tierno que ha parido Andalucía.
Gracias por todo lo que has dado a mi pueblo, hermano Pepe, compañero. Muchas gracias.
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